El motivo de dedicar estos artículos a series británicas es que, sobre todo desde mediados de los setenta, sientan las bases de las que partirá la ficción milenarista posterior. Escenas hoy habituales del género apocalíptico nacieron de multitud de episodios emitidos por la BBC en esos dorados años.
¿A quién no le gusta presenciar el típico primer ataque para ver cómo lo resuelven en esta o aquella película de zombis? ¿Y la escena del aprovisionamiento en el supermercado? ¿Los primeros conflictos entre supervivientes armados? ¿Gasolina o diesel, bicicletas o caballos? Todos estos planteamientos tan reconocibles hoy día se fraguaron en gran medida en la serie británica que nos ocupa hoy: Survivors (1975-1977). Con anterioridad, hemos hablado del remake que hubo hará unos años. Pero la original, como comprenderéis, precisa del trato de honor que le corresponde.
Terry Nation, galés creador de esta serie, había alcanzado la fama hace más de una década con el guión de la segunda temporada de Doctor Who, gracias al éxito de sus daleks. Probablemente llevado por las mismas musas hippies que impulsaban al londinense John Seymour a bucar la autosuficiencia por aquellos mismos años, creó la que se podría calificar como la primera serie televisiva postapocalíptica propiamente dicha. La premisa es conocida hoy, pero hay que valorar que realmente se trató de la primera vez que se usaba: el 99% de la población mundial fallece de una gripe que ríete tú de la del dieciocho. Me encanta el científico oriental al que se le cae el matraz que parece contener la bacteria. El tipo sale de ahí a grandes trancos sin mirar atrás, pero cuando aterriza en Moscú uno no sabe si es que le empieza a doler la cabeza o es que se está echando el bálsamo del tigre, tan popular en la época.
Los afortunados (aunque eso está por ver) que sobreviven, lo hacen porque son inmunes, pero tan solo lo son a ese determinado tipo de gripe que casi extermina a los humanos. El frío, el hambre, la sed, el fuego, las alimañas, la peste, la otredad («¡el infierno son los otros!»), ¡una simple torcedura de tobillo o un nada sofisticado pero mortal catarro!, todo representa una amenaza ahora para ellos. Y deben sobrevivir. O morir en el intento. Esto no es LOST, aquí no hay concesiones, segundas oportunidades, descamisados o moreno de rayos uva. Esto es real, totalmente real. El único punto de ficción es la premisa de la plaga desde la que parte la serie. La primera temporada se centra entonces en las desventuras de un grupo de supervivientes en una zona rural de Gales. Abby Grant, interpretada por la bellísima Carolyn Seymour, mitad rusa, mitad irlandesa, es la líder del grupo y la madre coraje que no se resigna a creer que su hijo pueda estar muerto.
Ian McCulloch, sí, el de las pelis italianas de zombis, un gigantón escocés nacido en plena Segunda Guerra Mundial, interpreta a Greg Preston, un ingeniero y piloto de helicóptero transformado involuntariamente en granjero aguerrido. Resulta que McCulloch había sido un oficial nazi en Where Eagles Dare, lo que es sin duda un papelazo por pequeño que fuera. Y sale en un capítulo de La fuga de Colditz. ¿Qué mejor currículum, por Mitra? Finalmente acabó protagonizando nada más y nada menos que un clasicazo: Contamination. Sumado a haber sido el héroe de Nueva York bajo el terror de los zombis, este tipo engloba en su persona haber protagonizado las versiones espagueti tanto de Dawn of the Dead como de Alien. ¿Se puede pedir más en esta vida?
Y Lucy Flemming es Jenny, la buena y dulce Jenny. Cabe destacar la interpretación de Talfryn Thomas como el vagabundo galés que trata de sacar siempre partido de una situación, por muy adversa que se muestre. No os esperéis grandes tiroteos, cabezas volando segadas por cartuchos del calibre doce, persecuciones en todoterreno ni nada efectista. La serie se vale de inteligentes elipsis para narrarnos la historia con una gran economía de medios (aunque tampoco es que los hubiera). El movimiento de la cámara no aporta nada nuevo en realidad, pero poco importa, porque lo que hace a esta serie una joya milenarista es aquello que está más cuidado y en lo que sus artífices ponen el énfasis: el guión, la narración de esta alegoría distópica y posmoderna que versa, fundamentalmente, sobre las dificultades intrínsecas de la vida en la comuna, y en definitiva, de la vida en común.